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07 de Septiembre del 2024

Crimen organizado y maras se entreveran en Mesoamérica

Crimen organizado y maras se entreveran en Mesoamérica

Crimen organizado y maras se entreveran en Mesoamérica

Introducción

Un año más, América Latina y en especial México y Centroamérica se encuentran entre las regiones de mayor tasa de violencia y homicidios del mundo. El elevado número de muertes se debe tanto a la actuación de las organizaciones dedicadas al tráfico de drogas como a la de las pandillas o maras, en constante pugna con las fuerzas de seguridad, con la población civil, con el fin de obtener beneficios de la extorsión y con las maras rivales, por el control de los barrios y de los mercados locales de la droga. A diferencia de épocas pasadas, marcadas por la violencia política derivada de las guerras civiles que se vivieron particularmente en los años 80, la «nueva violencia» latinoamericana es civil y resulta de pandillas, narcotráfico y grupos criminales organizados y deriva en crimen, sobre todo urbano. Los patrones de violencia son altamente heterogéneos y varían de un país a otro. No obstante esta salvedad, parece existir una tendencia dominante hacia una cierta atomización en los cárteles mexicanos, en contraste con la etapa anterior, en la que había menos organizaciones y eran más piramidales. También se ha advertido un incremento de los vínculos entre dichos cárteles y los grupos criminales locales y las pandillas, las cuales parecen estar cada vez más entreveradas con los transportistas de la droga y con el crimen organizado en general. Así lo manifestó el jefe de Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Armada de El Salvador, Félix Nuñez, en la Conferencia de Seguridad Centroamericana (CENTSEC 2016) inaugurada el jueves 7 de abril de 2016, quien aseguró que las pandillas se están integrando en el crimen organizado.

Esta aseveración la corroboró en dicho encuentro su colega de Honduras, general Francisco Álvarez, quien advirtió que la relación entre las pandillas responsables de la alta incidencia de homicidios en los países del Triángulo Norte y el narcotráfico «es cada vez más estrecha y peligrosa»1. Según un informe elaborado por la consultora británica Verisk Maplecroft, Latinoamérica es la región con mayor riesgo de sufrir crímenes violentos del mundo debido a la prevalencia del tráfico de drogas, los secuestros, las extorsiones y los robos. Dicha empresa incluye a seis países latinoamericanos en la categoría de «violencia extrema», ocupando Guatemala y México el segundo y tercer lugar en el ranking de países más peligrosos, solo por detrás de Afganistán, mientras que Honduras y El Salvador aparecen en la sexta y octava posición, respectivamente, lo que convierte al Triángulo Norte de Centroamérica —Guatemala, Honduras y El Salvador— en la región más peligrosa del continente2.

La presencia generalizada de traficantes en el «Triángulo de la Muerte», como ya denominan a esta región algunos periodistas, ha provocado que esta alcance uno de los más altos índices de violencia. NN.UU., sitúa en 105 por cada 100.000 habitantes la tasa de homicidios de El Salvador en 2015, la mayor del mundo en un país no en guerra, superando a la de Honduras, que descendió a 63,75 y a la de Guatemala, que fue de 34,99 por cada 100.000 habitantes en dicho año. En 2016, la tasa de El Salvador ha mejorado algo, al descender a 81,2 por cada 100.000 habitantes3. «Los homicidios se producen en un 90% de los casos por heridas de bala, frente al 50% de la media mundial»4. A medida que aumenta la inseguridad proliferan las armas de fuego, ya que la ciudadanía las adquiere porque se siente asustada y desprotegida. Las armas que llegan a Centroamérica proceden en su mayoría de EE.UU., aunque Brasil y Argentina, entre otros países de la región, tienen también sus propias y florecientes industrias de defensa y armas cortas. Buena parte de todas esas armas, algunas destinadas a la provisión de la seguridad privada, terminan en manos criminales, lo que sin duda contribuye a convertir a esta región en excepcionalmente violenta, ya que albergando solo un 9% de la población mundial, se ha vuelto escenario de un tercio de los homicidios que se producen en todo el planeta cada año, unos 450.000 en total, según publica la ONG brasileña Instituto Igarapé5. Más allá de la pérdida de vidas humanas, el aumento en las tasas de homicidio en la región tiene consecuencias devastadoras para la legitimidad de sus instituciones públicas, para las economías nacionales y para la cohesión social. Detiene e incluso revierte el desarrollo de sus sociedades, en tanto reduce la esperanza de vida, destruye su capital productivo y pone en riesgo su estabilidad macroeconómica. Los estudios sobre su impacto socioeconómico son divergentes, pero todos coinciden en que la carga es muy elevada y ronda los billones de dólares estadounidenses6.

La ruta de la droga México y el istmo centroamericano se encuentran inmersos en su conjunto en la geopolítica del narcotráfico, al estar ubicados entre la principal zona productora y la principal zona consumidora de drogas del continente americano. «Cada mes, más de 22 millones de personas consume algún tipo de sustancia ilegal en EE.UU., por lo que este país es un mercado que demanda grandes cantidades de droga que se produce en un 90% en Sudamérica y que pasa por el istmo centroamericano en su tránsito hacia EE.UU.»8 . En los años 80, el mar Caribe era el punto central de comercio y tránsito de la cocaína, así como de lavado de dinero, favorecido por su insularidad. Sin embargo, las políticas de reforzamiento de la vigilancia costera que se llevaron a cabo en esa época, contando con una considerable ayuda policial y militar procedente de EE.UU., llevaron al desvío de las rutas hacia el Pacífico, América Central y México, en detrimento de la ruta anterior.

 

 

 

 

Los grandes cárteles colombianos de Medellín y Cali se desmembraron debido a la actuación policial en Colombia y se diseminaron en organizaciones medianas y pequeñas9. Se desmantelaron las redes que los cárteles colombianos tenían en Florida y finalizó la política cubana de cooperación con el narcotráfico. El tráfico de cocaína se trasladó entonces de la vía más directa Colombia-Florida, hacia la ruta Colombia-CentroaméricaMéxico-frontera de Estados Unidos, una alternativa en principio más complicada por ser más larga y fragmentada, aunque al mismo tiempo más fácil, ya que allí las fronteras son porosas y existen espacios vacíos de autoridad, fragilidad institucional y vulnerabilidad a la corrupción, lo que facilita los tráficos ilegales. México era entonces un país bastante pacífico y también lo eran Guatemala, Honduras y El Salvador. Sin embargo, el cambio de contexto descrito produjo una gran explosión de violencia delictiva en Centroamérica y México10. A partir del debilitamiento de los cárteles colombianos se fortalecieron los mexicanos y estos, como consecuencia del recrudecimiento de la lucha que desarrolló el presidente Calderón contra el narcotráfico, lo que hicieron fue buscar nuevos santuarios para la droga en Centroamérica; inicialmente en el Triángulo Norte, pero ahora también en la zona sur de istmo, como se desprende de los cambios que se han producido en Panamá y Costa Rica.

El camino de la cocaína en Centroamérica comienza por Panamá, a donde antes llegaba como simple punto de tránsito, pero «ahora hay pandillas locales que se están consolidando en dos bloques rivales que bajo los nombres de Bagdad y Calor Calor», colaboran directamente con el crimen organizado transnacional, actuando como «oficinas de cobro». Estas oficinas ofrecen servicios de «protección de rutas de drogas y asesinato a sueldo para otros grupos criminales y actúan como puente entre organizaciones criminales colombianas y traficantes que llevan estupefacientes a otros destinos». «Desde allí la droga pasa a Costa Rica», país que ha experimentado un drástico aumento de la violencia criminal asociada al negocio ilegal de narcóticos (la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes ha crecido del 6,3 en 2000 al 11,5 en 2015), y a las pugnas por el territorio que se producen entre pandillas locales y con el tráfico de drogas, en lugar de los atracos a bancos, robos de vehículos y secuestros que se producían en el pasado, tal como explica el ministro de Seguridad costarricense Gustavo Mata11. El itinerario de la droga continúa por Nicaragua, «que se ha convertido en punto de abastecimiento y tránsito, contando con el apoyo logístico que le proporcionan a los narcos las comunidades costeras, para las que esta actividad ilegal es una de las escasas fuentes de ingresos con las que cuentan estas poblaciones de áreas aisladas»12. Por lo que a El Salvador se refiere, indica Pérez Ventura13, este país no es un punto importante en el camino del narcotráfico por su reducida extensión y por carecer de costa en el Atlántico.

También se trata del país con mayor densidad de población de la región, lo que reduce las posibilidades de utilizar pistas de aterrizaje clandestinas como ocurre en Nicaragua y zonas remotas de desembarco marítimo. No obstante, el punto de entrada más popular para la cocaína es Honduras, por donde los expertos aseguran que transita el 80% de toda la que llega a los EE.UU. En el lado del Pacífico, la droga entra por el pequeño golfo de Fonseca; también es una zona importante de llegada de esta mercancía la región de La Mosquitia, donde se entregan paquetes que proceden de Colombia y entran por vía aérea o por mar a través de Puerto Lempira, en la costa atlántica. El siguiente destino de la droga es Guatemala, donde llegan los cargamentos por distintas vías y se suministran a los dos carteles mexicanos que ejercen el control en el país centroamericano. La droga llega a Guatemala por tierra o bien en lancha a Puerto Quetzal, en la costa del Pacífico, territorio del cártel del Pacífico, o a Puerto Barrios, en la costa atlántica, y se entrega al cártel de los Zetas, que son los que controlan el Departamento del Petén, el último escalón antes de alcanzar territorio mexicano14. La actuación de los grupos criminales Los miles de millones de dólares que mueve la droga por el istmo son codiciados por varias organizaciones criminales, las cuales libran sangrientas batallas en la región, apoyadas por los cada vez más poderosos cárteles mexicanos, disputándose entre ellas el control del territorio, de manera que el istmo centroamericano ha dejado de ser un lugar de tránsito de la droga para convertirse en un lugar protagonista de la acción de los cárteles mexicanos. Estos últimos, a raíz de la estrategia de confrontación abierta contra el crimen organizado mantenida desde el Gobierno de México desde hace unos años han trasladado a Centroamérica el 90% de sus operaciones de tráfico de cocaína con destino a los EE.UU.

(Continúa...)

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